Desde hace muchos años visito la Isla de Margarita, soltero, recién casado, con las niñas desde que eran bebés, hasta para entrenamientos y competencias deportivas. En cada oportunidad ha sido un descubrimiento, ya que he disfrutado a su gente, rincones paradisíacos, folklore, gastronomía propia y de fusión con navegados emprendedores, etc todo con el sello de la espontaneidad y cercanía del margariteño.

Viajar con handicap puede ser complicado, a medida que mi discapacidad ha aumentado, Agata se adelantó a cada situación, permitiéndome compartir y disfrutar momentos agradables. Haciéndome sentir como un rey, con la gran fortuna de familia, amigos, sueños, oportunidades, esperanza.

Una semana compartiendo a diario con Agata y mi querida amiga Igone SS., riendo, hablando, oyéndolas hablar de tantas cosas que nos son comunes, que nos unen. Atesoraré esos momentos como recuerdos imborrables, de una parte del camino muy difícil, pero que con buenos compañeros es más fácil transitarla.

Mientras estoy en un lugar intento vivirlo al máximo, llevarme en la mente una parte de él, sin depredarlo, sin dejar huella. Contemplé muchas escenas de luz, color y movimiento, sin embargo, la imagen grabada en mi retina era la silueta del Colibrí Anteado posado en una rama del Cují de Jardín.

Faltando tan solo horas para regresar a casa, me permití la licencia de pensar en los colibríes que me acompañan a diario. Para hacerlo con justicia me limité a imaginarlos como siluetas, definidas por los últimos rayos de luz caraqueños.

Agradecimientos y créditos: A Agata e Igone.

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