El colibrí sembrado

Todos los días después de desayunar me acerco a las ventanas, allí absorbo vida en diversas manifestaciones. Montaña, cielo, nubes, sol, viento, árboles, aves, luz, color, sonido, plantas, flores, frutos, brotes prometedores, etc. Guacamayas y loros rompen el sonido mañanero de motores y cornetas, su paso estridente me resulta amigable y cotidiano.

Desde temprano colibríes y reinitas (Coereba flaveola) se reúnen alrededor de los comederos. Algunos colibríes son excesivamente territoriales y defienden el dispensador como propio y exclusivo. He sido testigo de muchos duelos entre pequeños alados, su duración y consecuencias son impredecibles, pudiendo llegar en casos extremos hasta a la muerte.

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Cuando me disponía a revisar los tomates y la jardinera cercana al computador, la mirada de un colibrí (Amazilia fimbriata) llamó mi atención. No estaba parado en una rama alta, sino como sembrado con una planta [Campanita Rastrera (Asystasia gangetica)] que trajimos de la Isla de Margarita (aún en bolsa de vivero). Claramente era víctima de un trauma, apenas podía mantenerse en pie y su respiración era tan forzada que mantenía la lengua estirada fuera del pico.

Como yo (#ELA) estaba solo no me atreví a manipularlo, ya que no podía alimentarlo hasta que se recuperara y volara. Sin molestarlo seguí sus cambios, cuando lo estimé prudente lancé sobre él una suave y fina lluvia de agua con un aspersor.

En cuestión de minutos el colibrí sembrado recuperó la respiración y voló a un grupo de palmeras cercano. En el camino maniobró evitando otra agresión, su supervivencia seguía en juego.

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